Poca gente sabe de la pasión que el genio universal sentía por la navegación. Hasta el extremo de que pasaba cientos de horas surcando las aguas en solitario a bordo de los diferentes barcos que tuvo. Pero todavía es menos conocido que sin su teoría de la relatividad hoy no existiría la navegación con GPS. Su excepcional trabajo describe cómo se mueven los objetos y cómo les afectan las fuerzas que actúan sobre ellos. Desarrollado tras su muerte, los físicos y matemáticos lograron establecer los complicados y mágicos parámetros que hacen que, con tan solo el movimiento de un dedo, sepamos, con una precisión de metros, en qué parte del mundo estamos.
Sobre la
vida marinera del físico alemán hay muchas anécdotas, pero quizás una de las
más divertidas sea esta: contaba Hans Albert Einstein, su hijo, que su padre
había invitado a Madame Curie a navegar en su velero Tümmler por el lago Leman
en Suiza. Hacía una tarde estupenda y el viento apenas pasaba de los diez
nudos. Sin embargo, y como en los lagos de montaña las condiciones atmosféricas
cambian de forma vertiginosa, una incipiente tormenta de verano cayó sobre
ellos. La sabia gala, nerviosa y posiblemente con la intención de
tranquilizarse ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, dijo:
-No sabía
que usted fuese un experto marino.
A lo que
Einstein respondió de forma escueta:
-Yo tampoco.
-No, lo digo
porque si el barco volcase, yo no sé nadar.
Einstein,
sin dejar de mirar hacia proa y sosteniendo con firmeza el timón entre sus
manos, le respondió.
-Pues yo
tampoco, querida señora.
Y, aunque
era verdad que no sabía nadar, conocía mejor que nadie los cambios de humor de
los lagos, pues había aprendido a navegar en ellos a los dieciocho años, cuando
estudiaba en la Escuela Politécnica de Zurich. Fue precisamente en esa época
cuando descubrió su pasión por la vela; una afición que jamás abandonaría.
Einstein era
un perfeccionista del trimado de las velas, y mantenía como principio que
cualquiera que embarcase con él tenía derecho a equivocarse en las maniobras
dos veces; a la
tercera, estallaba y se ponía de mal humor. Decía que el hombre debe aprender
de sus errores, y que quien no lo hace, es un perfecto idiota, y por lo tanto
no era digno de navegar con él.
Su barco más
querido fue el Tümmler, un precioso velero de siete metros de eslora construido
en los astilleros Berkholz de Gärsch, con planos del arquitecto naval Adolf
Harms. Podía dar veinte metros cuadrados de velas al viento, y acercarse a
la costa hasta lugares donde solo había cuarenta centímetros de agua gracias a
su quilla abatible. Iba equipado de un motor de dos cilindros que, según
él, sonaba como una máquina de coser. El velero fue un regalo de sus amigos al
cumplir los cincuenta. Sin embargo, solo pudo disfrutarlo cuatro años, hasta
que los nazis se lo confiscaron por su condición de judío cuando Hitler llegó
al poder. En una carta que escribió a un amigo, aseguraba que era el objeto más
preciado que había dejado en Alemania.
Ya en los
Estados Unidos, donde viviría el resto de su vida, compró otro velero de
diecisiete pies al que le puso el nombre hebreo de Tineff . Hacía singladuras
por los lagos Carnegie y Saranac, ubicados cerca de Rhode Island en la costa
Este norteamericana, sobre todo en primavera y verano.
http://nauta360.expansion.com/blogs/navegaciones/2011/03/09/albert-einstein-y-la-vela.html
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